El cielo alegre by Salvador Rueda

El cielo alegre by Salvador Rueda

autor:Salvador Rueda [Salvador Rueda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-02-04T00:00:00+00:00


EL RIEGO EN LA HUERTA

Camarate es un honrado trabajador, cuidador de lo suyo como una hormiga, y grande como un San Cristóbal. Cuando atraviesa la calle con el almocafre colgado del antebrazo, y aquella codicia por llegar pronto á donde se encamina del hombre que no piensa más que en sus quehaceres, dice alguna mujer sentada en el escalon de su casa; «ya va el hortelano á su huerta;» y el aludido, como contestando á esta frase mental, levanta al andar un rumor macizo de talones que delata lo récio de su persona, y á cada paso que añade á la caminata, como puntada al pespunte, deja retemblar todas sus moyas de carne, desde las que se ciernen en sus pantorrillas, semejantes á morrillos de buey, hasta las que se extienden por piernas y espalda, que á despecho de la tela del traje, pone de manifiesto la anatomía.

Camarate es un gladiador que ha ejercitado sus fuerzas en las luchas del trabajo, y á pesar de sus cincuenta años, aún tiene vigor para afrontar nuevos huracanes.

Es de oir al corpulento hortelano, cuando sentado entre el corro de gente de la plaza, habla de sus plantaciones y de sus almásigas, y trata de completar con la mímica lo que deja por describir su palabra.

Con los piés cruzados en las puntas, recostado sobre un brazo y el sombrero echado sobre una oreja para evitar los rayos del sol, gózase en relatar sus emociones de la huerta, y enseña, pegada al extremo del lábio inferior, una corpulenta colilla, que en tanto que le da á la lengua Camarate, tiembla pegada á su boca, como lapa á la piedra, sin que muestre en el más brusco movimiento proximidad de caer.

El aspecto de cara de leon de su rostro, embosca la expresion de ternura y alegría, que pugna á veces por hacerle agradable. Es un mónstruo por el aspecto, á quien nadie ha visto nunca sonreir.

Todo este Goliat doméstico está sentado al pié de un barranco, junto á una hilera de colmenas, contemplando antes de poner mano á la obra, la extension llena de surcos de la huerta, cuyo solo aspecto inunda de inefables goces su alma.

—«Desde aquí—dice hablando consigo mismo—veo la tabla de tomates hecha toa una gloria prifeta, con sus frutos agazapaos contra el suelo y sus tallicos que pronto darán de sí otras nuevas premicias. La tabla puesta de calabazas, paece mesmamente una cama reonda de panzas de clérigo. Pos mia allí los pimientos, unos verdicos, otros encarnaicos, escaecios del sol, y esperando el chorro de la alberca. Mas allá veo los pepinos tendios contra el suelo, que paece que escuchan si viene el ruio del agua: esa tabla proujo el año pasao toa una belleza de fruto. Las lechugas, las coles, aluego los perales, los manzanos dispues, paece que aguardan á que suelte el chorro por los camellones, pa jartarse de frescura y alegria.»

Y el hortelano, que habla en voz alta cuando está solo, prolonga hasta lo interminable su discurso, poniendo motes de cariño á las plantas hermosas, y colgando alifafes á las que no medran.



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